25 marzo 2017

Cómo no ver una ópera china

La primera (y única) vez que asistí a un espectáculo de ópera china fue durante mi viaje a Pekín. Por supuesto, había oído hablar de la archifamosa ópera de Pekín y sabía de su valor cultural (nada más y nada menos que Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad), por lo que no podía marcharme de la capital sin haber visto uno de estos espectáculos. En España no veo óperas todas las semanas, pero es un arte que me gusta y disfruto, incluso sin ser experta en el tema. De hecho, hasta el nombre lo tengo de ópera por cortesía de mis padres, quienes decidieron que me pegaba el nombre de la obra Aida, de Verdi.
Pero claro, una cosa son nuestras óperas europeas y otra muy distinta las óperas chinas. Yo no lo sabía cuando saqué las entradas para la función, pero lo que iba a ver en aquel escenario de Pekín no tenía nada que ver con Verdi. Cometí un error muy grande y, con seguridad, muy común entre los extranjeros que pasan por China: entrar a ver una ópera china sin conocer el tema a fondo.


El espectáculo duró cerca de 3 horas y, aunque al principio me resultó interesante, al cabo de un rato la experiencia se tornó un tanto molesta. El vestuario, gestualidad o maquillaje me fascinaron (y extrañaron), pero la música no me produjo ningún placer o emoción, algo que considero fundamental cuando me enfrento a cualquier tipo de arte. Es más, me desagradaba, me resultaba irritante y terminó levantándome dolor de cabeza.
De vez en cuando lanzaba miradas a mis compañeros, sentados junto a mí, para ver si yo era la única con unas ganas tremendas de que aquello terminase. Me consoló descubrir en sus caras la misma expresión que yo debía tener en la mía. ¿No nos habríamos confundido de espectáculo? ¿Sería de verdad aquello la famosa ópera que tanto habíamos oído mencionar? ¿Habríamos ido a dar con la peor compañía de ópera del país? Salí de la sala muy confundida, con un puñado de fotos en la cámara como prueba de que había visto una ópera china y jurando que no volvería a sufrir la experiencia ni aunque me pagasen.



Después de aquel viaje, estando aún en China, me puse a investigar un poco más sobre el tema. Algo dentro de mí me decía que el problema no era de la ópera de Pekín, sino de mi ignorancia y que, por tanto, mi crítica era de lo más injusta.
Fue así como empecé a conocer los entresijos de este arte escénico. 
La ópera de Pekín, surgida en el siglo XIX, es un género de Xuqu, el arte teatral más importante en China. En mandarín la ópera de Pekín se conoce como “jingjù”. El “jing” hace referencia a su lugar de desarrollo: la capital. El “jù” es lo que nosotros traducimos, tal vez erróneamente, como ópera. Digo erróneamente porque para mí la ópera es un género de clara tradición occidental; aplicar el término a este arte teatro-musical chino no es del todo acertado, ya que los elementos comunes entre ambos son, en mi opinión, pocos. Para que me entendáis, es como si los europeos llamásemos taichi a la gimnasia o kungfu al boxeo.



Se caracteriza por combinar diferentes elementos y destrezas tales como el canto, el recitado, la literatura, la danza, el folklore, las artes marciales, acrobacias, la expresión corporal… Sin embargo, esa miscelánea se convierte en un todo, en una masa homogénea formada por todos esos elementos que dota al espectáculo de una uniformidad muy característica.
Existen 4 tipos de personajes en estas obras: el sheng (personaje masculino), el dàn (personaje femenino), el jìng (el hombre de la “cara pintada”) y el chou (el gracioso o bufón). Cada uno de estos cuenta con diversas subdivisiones, dependiendo de cuál sea la edad del personaje o, por ejemplo, el carácter.
El buen trabajo de los actores es vital para que una ópera china sea exitosa. Esto se debe a que la mayor parte de los elementos de este arte están establecidos de antemano de acuerdo a un código inamovible. Es decir, hay ciertas reglas que deben respetarse sí o sí. La misión de los actores es sacar adelante la obra siguiendo ese código, de sobra ya conocido por todos los espectadores (excepto por los guiris infiltrados en la sala). Los actores tienen que poner especial atención a su expresividad corporal, ya que en muchos momentos esta va a suplir la carencia de ciertos elementos en el escenario (puertas, ventanas, caballos, escaleras…). El movimiento de las manos o cabeza, el tipo de pasos o la posición del cuerpo dirán mucho más que sus palabras en multitud de ocasiones.


Podríamos decir que las historias son predecibles, aunque esto no es del todo cierto. Lo que sucede es que se trata de historias conocidas ya por casi todos los chinos, por lo que decir que van a la ópera para ver qué se les cuenta no sería cierto. Lo importante de este arte no es la historia en sí, sino el cómo se cuenta esa historia. Esto reafirma el hecho de que todo el peso de la obra recae sobre los actores, ya que es a ellos a quienes el público va a juzgar: su talento artístico, su expresividad, la elegancia de sus movimientos, el ritmo de sus voces… Por ejemplo, aquí todos sabemos lo que sucede en la historia de Romeo y Julieta, por eso, cuando vamos al teatro a al cine para ver una nueva adaptación de esta no pretendemos que la trama nos sorprenda, sino que los actores representen los papeles de forma apropiada, ya que, por muy sublimes que sean la escenografía o los efectos especiales, si no hay una buena representación de los personajes saldremos descontentos de la sala.
Como ya he mencionado, algo que resulta atractivo incluso a los poco entendidos es el vestuario y el maquillaje. El maquillaje se aplica sobre el rostro de los actores con diferentes diseños y colores (exigidos por cada personaje), dando la sensación de que el actor lleva una máscara sobre su cara. Cada color tiene un significado: mientras que, por ejemplo, el color rojo va ligado a una actitud valiente y leal, el color blanco cubrirá la cara de un personaje astuto y mentiroso.


El vestuario llama la atención por sus telas y atrayentes bordados de colores. Algo muy interesante respecto a este tema es que el vestuario mantiene siempre los mismo estilos, independientemente de la época en que se desarrolle la historia o de la estación del año en que tengan lugar los sucesos. Dependiendo de cuáles sean sus roles en la obra, los actores utilizarán en total 5 estilos, todos ellos basados en los ropajes de la dinastía Ming. 
Lo cierto es que, visto desde el punto de vista del teatro occidental, esto de los códigos es una ventaja, ya que en este sentido no tienen que preocuparse por los anacronismos o la falta de coherencia. Además, a los espectadores les resulta fácil identificar a los personajes en todo momento.
Por contraposición a todo esto, lo que más nos irrita de este tipo de ópera es el canto, agudo, estridente, chillón. Y, sin embargo, esta es uno de los elementos más apreciados por los espectadores chinos y que más dificultad conlleva para los actores. El concepto de ritmo juega un papel importantísimo en este apartado. El canto de los actores se acompaña por una pequeña orquesta, cuya música se va a fundir en muchos momentos con la voz de los personajes.


Se podrían contar cientos de cosas más sobre este arte, pero no pretendo hacer un análisis exhaustivo del tema, sino mostrar una imagen muy general del asunto para los que nunca han visto una ópera china, para los que planean hacerlo algún día o para los que ya lo han hecho y salieron horrorizados de la sala. Yo aún estoy aprendiendo sobre cómo ver uno de estos espectáculos, pero hace ya tiempo que me quedó claro cómo no hacerlo. No se puede entrar a ver una ópera china esperando encontrar algo parecido a La Flauta Mágica de Mozart, porque el trasfondo cultural que hay tras una y otra es demasiado distante.
No mucho después de haber vivido la experiencia, me di cuenta de que entrar en aquel teatro de Pekín no solo me había empujado a descubrir lo fascinante de las óperas chinas, sino que me enseñó una de las cosas más importantes que aprendí durante mi estancia en el país: que nunca debemos juzgar sin conocer y, menos aún, criticar otras culturas comparándolas con la nuestra.
Ahora estoy deseando volver a China para disfrutar de la belleza de este arte que en su día no supe o, más bien, no pude apreciar.



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