28 septiembre 2015

Shanghai, megalópolis de contrastes.

Tenía por delante dos meses para viajar por el país, pero ¿por dónde empezar? Pues por un lugar que, a pesar de estar tan solo a dos horas en tren de Hangzhou, aún no había visitado: Shanghai.


Para entender Shanghai hay que conocer un poco su historia. Esta ciudad, hoy en día una de las más famosas de China, se había mantenido en la sombra hasta el siglo XVIII. Hasta aquel entonces, se trataba tan solo de un pueblecito que vivía de la pesca. Sin embargo, hacia mediados del XIX, llegaron a esta zona los británicos, con barcos cargados de opio procedente de las Indias. El emperador Dao Guang, se dio cuenta de que la droga debilitaba a su pueblo y prohibió el tráfico de opio de forma radical: no solo condenaría a muerte a aquel que comprase esta droga, sino que requisó todo el opio que circulaba ya por Shanghai y lo lanzó al mar.
La actitud del Emperador supuso una terrible ofensa para los británicos, que tomaron sus armas y arrasaron con muchos puertos importantes de China. 
El Emperador había perdido la guerra del opio y se vio obligado a firmar el tratado de Nanjing, con el que cedería a los extranjeros varios puertos de todo el país. Este fue el inicio de las concesiones extranjeras en Shanghai. Británicos, estadounidenses y franceses se instalaron en áreas de la ciudad que ahora les pertenecía.




Los alrededores de la antigua ciudad china fueron creciendo y Shanghai empezó a ser controlada por los extranjeros, que disfrutaban de privilegios inimaginables. El aspecto de la ciudad se fue occidentalizando, las fachazas de los edificios se parecían más a las europeas e incluso se construyeron iglesias que, aún hoy en día, te encuentras por cualquier rincón de la ciudad.





A principios del siglo XX la población de Shanghai había crecido y se encontraba cercana al millón de habitantes, de los cuales una inmensa parte eran extranjeros. Shanghai comenzó a convertirse en un centro financiero de importancia mundial. En los años 30, la ciudad estaba repleta de clubes nocturnos, casinos, estafadores, fumaderos de opio, burdeles, o las sing-song girls, “diseñadas” para entretener al extranjero. 
En medio de este ambiente, el pueblo chino se encontraba en una posición de inferioridad y luchaba a duras penas por mantener la dignidad de su milenaria cultura.


Por si era poco, en 1937 la ciudad fue invadida por los japoneses, que la ocuparon hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, durante este tiempo, el Partido Comunista había estado reuniéndose de forma clandestina en la concesión francesa, donde se encontraban al margen de la ley china. Los comunistas habían ido ganando poder y, finalmente, en 1949 ganaron la victoria de la mano de Mao Zedong, lo cual dio un giro al destino de Shanghai y al de toda China.

Hoy en día Shanghai es una megalópolis que no para de crecer. Cuando comenté a un amigo chino que tenía planeado visitar esta ciudad, se refirió a ella como "ciudad en 3D". Puentes imposibles con varios niveles, edificios que se pierden en el "y más allá" del infinito, avenidas anchas plagadas de luces, centros comerciales inmensos y más de 400 kilómetros de metro convierten a Shanghai en la ciudad del futuro por excelencia, así como en la ciudad que hace que China sea una de las potencias económicas más fuertes del momento.








Llegamos a Shanghai en tren y desde la estación cogimos el metro hasta el hostal. Moverse en metro por Shanghai es cómodo y rápido. Es la red de metro más extensa del mundo y cuenta con 11 líneas que, dicen, se convertirán en el doble en tan solo cinco años. El metro de Shanghai destaca por su organización moderna, su limpieza y su seguridad. Sin embargo, durante el tiempo que estuvimos allí, apenas utilizamos este medio de transporte. Shanghai es una ciudad grande, pero por algún motivo si te pones a caminar, no puedas parar. El recorrer sus calles y avenidas a pie, el pasar de un barrio a otro y apreciar los contrastes que la caracterizan... hay  una especie de fuerza adictiva en el aire que te empuja a no bajar al subsuelo y a moverte caminando, aunque esto suponga terminar muy cansado. Desde mi punto de vista, la ciudad se disfruta más así. ¡Y eso que, como veréis en las fotos, el buen tiempo no nos acompañó!


Fui con el prejuicio de encontrarme con una megalópolis caótica y me encontré con todo lo contrario. La organización de la ciudad es sorprendente, las calles están limpias y cuidadas y se puede pasear con tranquilidad por ellas. Incluso el tráfico es menos alborotado que en otras ciudades de China y todo está lleno de extranjeros, por lo que podíamos pasar desapercibidos. Debido a su historia, Shanghai es un trocito de occidente en plena Asia y el pasar unos días aquí después de tantos meses lejos de Europa nos produjo un poco de añoranza. 
Para comenzar a concer la ciudad, paseamos por la calle Nanjing, la más famosa de todo Shanghai y una de las más famosas de China. Se trata de una calle muy larga (cerca de 1500 metros), llena de comercios de marcas importantes y, por tanto, caras.





Al final de esta calle se encuentra la Plaza del Pueblo, donde los fines de semana tiene lugar el famoso "mercado de solteros" (algo de lo que espero hablaros algún día en otra entrada). En la época de las concesiones extranjeras aquí había un hipódromo, pero hoy en día se trata de un gran parque que acoge el edificio de la Ópera de Shanghai





Bajo la Plaza del Pueblo, hay un mercado subterráneo que también cumple la función de acceso al metro.


Continuamos caminando y tras cruzar el Museo de Urbanismo de Shanghai (un edificio muy llamativo en color blanco, inspirado en el edificio de la Ópera), llegamos al Museo de Shanghai . Se encuentra situado en una plaza frente al Gobierno Municipal y el diseño de su edificio también llama la atención.






El Museo de Shanghai, junto al de Beijing y al de Suzhou, ha sido uno de los que más me han gustado de China. La colección es impresionante y, lo mejor de todo, la entrada es gratuita. En él podemos encontrar bronces, esculturas, porcelanas, caligrafía y pintura, monedas antiguas, mobiliario, jades, e incluso una colección sobre minorías étnicas.








Al día siguiente, paraguas y cámara en mano, comenzamos el paseo por el Bund, el bulevar que se encuentra a la orilla del río Huangpu y que aún conserva el esplendor de los locos años 30. Llegados a este punto de Shanghai es cuando uno realmente olvida que está en China. ¿No os recuerdan las fachadas de esos edificios más a Europa que a  Asia?





A un lado del río Huangpu, el Bund y al otro lado la ciudad nueva del Pudong. Si el Bund nos transporta a los pasados años 30, el Putong nos lleva más bien al año 2050. El paisaje que se nos ofrece es propio de una película de ciencia ficción, con rascacielos y edificios de diseño futurista que se elevan en este barrio de la ciudad. En el Pudong podemos encontrar uno de los edificios más altos del mundo, con casi 500 metros de altura y 101 pisos. Sí, se puede subir, ¡imaginad las vistas desde allí un día despejado! Al otro lado del Putong se encuentra el mar (recordemos que Shanghai, significa en chino "sobre el mar"), por lo que el río está repleto de barcos mercantes que entran y salen, así como ferris que se encargan de llevar a la gente a la otra orilla.




El escenario, como veis, es incluso utilizado para las parejas que se sacan las fotos de boda:


Al comienzo del Bund, hay un pequeño museo donde se puede encontrar información muy interesante sobre la historia de Shanghai y, más concretamente, sobre la historia del Bund.






Pero no todo en Shanghai es años 30 o ciencia ficción, aún quedan restos de aquella cultura que los chinos luchaban por proteger durante la invasión extranjera. Así  que después de caminar a lo largo del paseo del Bund, llegamos a la Antigua Ciudad China, que nos hizo volver a la realidad asiática en la que llevábamos inmersos cerca de 5 meses.










En esta zona antigua de la ciudad se pueden visitar el Tempo de Confucio y el Jardin Yu (sencillo, pero bonito), así como regatear souvenirs típicos por las callejuelas.









De camino hacia la Ciudad Antigua nos encontramos con uno de los "peligros" de Shanghai. Al parecer, durante los  últimos años se han creado en Shanghai (también en otros lugares de China) grupitos de jóvenes que se dedican a timar a los extranjeros. Se trata de jóvenes chinos de aspecto muy amigable que se acercan a los turistas despistados con la excusa de que quieren practicar su inglés. Muy sonrientes y educados te invitan a que vayas a tomar algo con ellos o a que les acompañes a ver algún tipo de espectáculo tradicional que, según dicen, no puedes perderte. Los turistas piensan que esta puede ser una buena forma de conocer la cultura china de forma más cercana y aceptan la invitación. Pero lo que no esperan es que al llegar al salón de té donde tienen pensado charlar un rato con sus nuevos amigos o al entrar en el lugar donde el espectáculo va a tener lugar, van a ser robados de una forma muy sutil. Y es que después de haber disfrutado de la compañía de estos simpáticos jóvenes, la factura que van a recibir tiene una cifra desorbitante (200, 300 o incluso más euros).
Dos chicos y una chica se acercaron a sacarse una foto con nosotros y con mucha simpatía nos invitaron a un espectáculo de artes marciales que casualmente estaba muy cerca de donde nos encontrábamos. Por suerte, nosotros ya habíamos escuchado este tipo de historias durante nuestra estancia en China y el hecho de que pudiéramos manejarnos con el idioma también nos ayudó a no caer en la trampa. Si alguna vez vais a China, no digo que no  habléis con nadie que se acerque a vosotros, pero sí que tengáis cuidado y mantengáis los ojos abiertos ante  este tipo de propuestas sospechosas. Para escabullirse de este tipo de situaciones es tan sencillo como responder con un "gracias, pero tenemos otros planes".Esto fue una situación puntual y, de hecho, también nos encontramos con otro grupito de estudiantes muy agradables que lo único que querían era charlar un rato y sacarse una foto con los guiris.



Aún nos quedaban muchas cosas por ver pero el tiempo empezaba a terminarse así que acabamos decidiéndonos por visitar un Sikumen. Los Sikumen eran barrios que combinaban el estilo arquitectónico propio de china con elementos occidentales, sobre todo en los arcos de piedra que rodeaban las puertas de entrada a las casas. A día de hoy el entramado de calles de los Sikumen ha sido renovado y en ellas se han instalado multitud de tiendas de toda clase que atraen tanto a turistas como a lugareños. Sin embargo, en algunos rincones aún se pueden encontrar restos de aquella arquitectura que caracterizaba a estas zonas y el pasear por estas callejuelas aisladas del bullicio de la ciudad es una experiencia muy agradable.






Este gusto arquitectónico por mezclar lo chino con lo occidental, parece perdurar hoy en día. Es por eso que cuando caminas por las grandes avenidas de Shanghai te puedes encontrar con diseños tan rocambolescos como este, que para ellos parece ser de lo más europeo y elegante:




Para terminar fuimos a dar una paseo por la zona de la concesión francesa llena de calles con plataneros, tiendas con productos de lujo y grandes parques de ambiente tranquilo donde poder pasear, hacer ejercicio o volar cometas.






Después de todo esto, queda claro que en Shanghai las barreras entre China y occidente son más borrosas que en ningún otro lugar. Nos quedaron muchas cosas por ver, pero ¿había que reservar algo para la próxima visita a la ciudad, no? Shanghai nos gustó, y mucho. Ni la lluvia, ni el frío, ni la niebla consiguieron estropearnos el viaje, aunque la próxima vez que vayamos esperamos poder conocer el Shanghai soleado.




2 comentarios:

  1. Completisimas tus entradas. Más que un blog tienes una enciclopedia. ¡Enhorabuena!

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    Respuestas
    1. Muchísimas gracias!!! Me alegro un montón de que os guste :) Sigo vuestro blog, también me parece interesantísimo. Un saludo

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