25 septiembre 2016

Crónica de un viaje a los montes Wudang

Esta vez cedo el puesto a István Olajos que viene a compartir con todos una de sus experiencias en China. Al final del artículo podéis encontrar más información sobre él. Sin más, os dejo con su relato :)

Wudangshan es uno de los lugares más maravillosos de China, por eso es un poco triste que no hubiera oído hablar sobre él hasta que mi profesor de wing-tsun me preguntó si quería unirme a la visita de esas montañas misteriosas. No le respondí de inmediato, tengo que confesar que soy un poco perezoso para viajar. Sin embargo, estando ya al otro lado del mundo, ¿por qué no moverme un poco más? Además, llevaba tiempo practicando wing-tsun (un tipo de kungfu), ¿cómo no iba a tener curiosidad por el lugar de nacimiento del kungfu taoísta? Mi respuesta final fue un sí, y gracias a ello viví una de mis mejores y más interesantes experiencias en China.



Pero no avancemos tan rápido en la historia. Antes de nada voy a explicaros un poco qué es esto del kungfu taoísta. Mi profesor era un gran contador e historias, por lo que mientras nosotros (estudiantes mortales) golpeábamos el aire con nuestros puños en una de las posiciones más básicas y agotadoras del wing-tsun, él nos contaba historias, muy lentamente, con el fin de que no parásemos hasta que él no hubiera terminado.
Durante uno de estos entrenamientos, nos explicó que el kungfu tiene dos ramas principales: una de ellas es el kungfu budista y la otra es el kungfu taoísta.
Seguramente, al escuchar la palabra kungfu a todo el mundo le vienen a la cabeza imágenes de pequeños chinos calvos o viejecitos con larga barba blanca que visten de naranja y que parten tablas de madera o torres de ladrillo con un solo dedo, capaces de derrotar a un equipo S.W.A.T. en tan solo tres movimientos. Pues bien, estos señores, son los maestros del kungfu budista que, según se dice, fue creado por Bodhidharma (480-557).
Por el contrario, la rama taosísta, como su propio nombre indica, viene del taoísmo. El punto central del taoísmo es el dao, un principio que se puede encontrar en todas partes, pero que siempre está escondido. El dao es una fuerza que siempre trabaja de fondo, es pasivo, femenino, oculto, su poder es como el del agua que erosiona una piedra, y es en esto en lo que se basa el kungfu taoísta. Los monjes taoístas visten de azul oscuro, por lo que es muy fácil diferenciarlos de los superhombres naranjas.


Ahora sí, podemos volver a nuestro viaje. El monte Wudang se encuentran en la provincia de Hubei. Nos tomó 18 horas de tren-cama llegar hasta allí y, aunque agotador, fue una de las partes más divertidas del viaje. En el tren nos acercamos más que nunca a los chinos, que nos miraban como si fuéramos extrañas criaturas mitológicas de pelo rubio y ojos claros. Por suerte, nuestro viaje fue tranquilo, aunque algunos de mis compañeros fueron despertados en mitad de la noche para ser interrogados por el precio de la gasolina en Europa o para mantener conversaciones muy interesantes sobre los incomprensibles motivos de tener 24 años y seguir soltero.

Finalmente llegamos a la estación de Wudang shan y allí tomamos un autobús que nos dejaría a media altura del monte, donde estaba nuestro hostal. Durante el trayecto, nos deleitamos con las impresionantes vistas de estas montañas místicas. Yo vivo en un país donde la montaña más alta cuenta con tan solo 1014 metros de altura, por lo que ver esos picos y barrancos me causó gran impresión. Aunque, tal vez, esta impresión estuviera también motivada por el hecho de que los conductores chinos parecen no ser conscientes de que se encuentran en carreteras peligrosamente estrechas y conduzcan como si fueran los protagonistas de una película de Fast and Furious.





El primer día allí lo dedicamos a echar un vistazo a los alrededores del hostal, donde había diferentes caminos y escaleras que llegaban hasta templos y conventos. Ese fue el momento en el que pudimos empezar a mascar trocitos de la antigua cultura china. Cuando vives en una gran ciudad china (o en una “normal” de tan solo unos cuantos millones de habitantes) no siempre es fácil percibir lo ancestral de este país. Debido a la Revolución Cultural, muchas de las reliquias culturales de China han sido destruidas y en las ciudades solo puedes encontrar rascacielos, carreteras y bloques de edificios. Sin embargo, en Wudangshan es fácil desconectar de todo eso, del rápido ritmo de vida, de correr de un punto a otro... De repente tuve la sensación de que los monjes entrenan o meditan en aquel lugar porque es el sitio idóneo para alcanzar un mejor entendimiento de la vida y sentí más que nunca que estaba muy lejos de Europa o de cualquier otro punto de Occidente.
Estos templos dispersos por la montaña fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 1994 y hoy en día mantienen su función religiosa. Allí se reza entre el olor a incienso, y los caminos que llevan hasta ellos están llenos de árboles con lazos rojos en sus ramas, donde los viajeros escriben sus deseos. Es algo muy especial pasear entre las hojas de esos árboles que protegen las esperanzas de tantas y tantas personas. 





Allí también vimos algún espectáculo de kungfu que nos encantó y encontramos rincones famosos por haber aparecido en algunas películas de artes marciales (la más conocida es Karate Kid, con Jackie Chan)Sin embargo, ir a Wudang shan no es solo pagar dinero por el viaje, sacar cientos de fotos y contárselo a tus amigos cuando vuelves a casa. Es uno de esos viajes que no solo consisten en dejar huellas allá por donde pisas, sino en que dentro de ti queden huellas también.





Los templos más famosos en el área de Wudang son el Palacio de la Armonía (Tàihé Gong), el Palacio de la Nube Púrpura (Zi Xiao Gong), el Palacio Yuzhen y el Palacio del Precipicio. Este último llama mucho la atención por estar colgado en la ladera de la montaña. Sin embargo, no está tan bien conservado como El Palacio de la Nube Púrpura, que es uno de los más impresionantes. Aquí os dejo fotos de algunos de ellos y de sus alrededores:









El segundo día subimos hasta lo más alto de la montaña. Para ello contábamos con dos opciones: la primera, subir por las escaleras; la segunda, utilizar el teleférico. Pensamos que utilizar el teleférico sería una tarea demasiado sencilla por lo que, inmersos en nuestro arrebato de valentía, tomamos el camino largo. Un amigo que ya había estado en la montaña nos dijo que necesitaríamos unas 4 horas para llegar a pie hasta arriba. Después de 30 minutos subiendo, pensamos que no iba a ser tan duro; lo que no sabíamos es que esa era la parte fácil. 
Poco a poco comenzamos a sentir un leve dolor en las piernas. El dolor fue aumentando a medida que subíamos, hasta hacerse tan intenso que tuvimos que empezar a hacer pausas cada poco y lanzarnos palabras de ánimo los unos a los otros para no rendirnos a mitad de camino. Al parecer, todas esas horas invertidas en practicar kungfu no habían servido para mucho. Por suerte, por el camino había vendedores a los que poder comprar algo de agua o incluso chocolatinas con las que reponer fuerzas. No los contamos, pero calculamos que subimos unos 7000 peldaños.
A pesar de todo el sufrimiento, la escalada mereció la pena. El entrono y las vistas eran impresionantes.





En la cima de la montaña había otro monasterio (el Palacio Dorado) aunque, esta vez, encontramos poca paz. Todo estaba lleno de turistas que habían tomado el camino fácil, cargados con sus cámaras y palos de selfie, dispuestos a inmortalizar el momento y volver felices a sus hoteles como si hubieran realizado una gran hazaña. Además este templo me pareció menos interesante que los que ya habíamos visto hasta el momento. 
El templo era bastante grande, pero tan solo vimos dos monjes en él. Uno de ellos cuidando del jardín, otro copiando un fragmento del Dàodé jing  ("Biblia" del taoísmo que habla sobre el camino a la virtud). Este último nos invitó a observar su trabajo y, una vez que hubo terminado, se incorporó e hizo sonar una campana de bronce. Nos permitió tomar una fotografía, algo a lo que muchos monjes muestran reticencia. Eso sí, parece ser que había quedado contento con el resultado de su copia, porque él mismo se sacó un smartphone del bolsillo y activó la cámara.







Para bajar, nosotros también tomamos un teleférico. Fueron tan solo unos minutos de bajada. Unos pocos minutos que nos hicieron comprender que las cuatro horas de esfuerzo para subir a pie habían merecido la pena. Wudang shan no es solo sentarse a ver las actuaciones de artes marciales destinadas a los turistas y enfocar la cámara hacia los lugares que sabes que son famosos, también es sentir la energía tan especial que hay en el lugar, el aire tan puro que se respira allí, deleitarse con el magnífico entorno y descubrir el valor cultural que se esconde tras los muros de los templos de aquella montaña misteriosa. 

Es difícil descubrir todo eso dentro de un teleférico.





8 comentarios:

  1. Que bonito!!! Y vaya vistas!!! Muchas zonas pecan de la masificación de turistas y es una pena :-(

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    1. ¡Muchas gracias! Así es, este tipo de lugares pierden un poco de magia cuando te los encuentras abarrotados de visitantes, ¡una lástima! Como dice István en el post, a veces es mejor tomar el camino largo si con ello se consigue conectar mejor con el lugar :)

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  2. Hermosas fotografías y Fabuloso el relato. Gracias por compartirlos. Felicidades

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  3. Preciosos paisajes y muy buen relato!

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  4. Bonito artículo, yo seguramente habría tomado también las escaleras xD xD xD

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  5. Good article István!!!!

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  6. Hola Bonita experiencia, tiene que ser un lugar bien bonito e interesante de visitar. Por cierto, no has comentado nada de la practica de artes marciales. Pudisteis practicar por alli en alguna escuela? Estoy interesado en ir por alli y practicar Kung Fu. Si me pudieses dar un poco de informacion al respecto te estaría muy agradecido.
    Muchas gracias!! :)

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  7. Excelente, gran relato

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