Conocí a esta niña en un pequeño y precioso
pueblo de Yunnan. Su madre tenía en el mercado un puesto de liangmian (tallarines
fríos), patatas especiadas y otras cosillas para picar. Un día en el que me
moría de hambre me acerqué por allí en busca de algo para comer, y la pintaza
que tenían estos tallarines me convenció, así que pedí una ración. La mujer resultó ser amabilísima y, mientras aderezaba mis tallarines con todo tipo de
especias y salsas varias, empezamos a entablar la típica conversación sobre mi
lugar de procedencia, cuánto tiempo íbamos a quedarnos por allí y dónde había
aprendido a hablar chino. Y fue entonces cuando por detrás de su madre asomó la
cabeza de la niña, que desde el primer minuto se mostró de lo más charlatana y
me interrogó sobre mil cuestiones. Aquel día todo se quedó en una conversación
animada sobre todo un poco y me despedí de ellas para seguir visitando el
lugar.
Al día siguiente, animé a mi
compañero de viaje a que viniese conmigo a probar aquellos tallarines tan
ricos, así que de nuevo nos plantamos en el mercado con el estómago vacío.
Allí, la niña, nada más escucharnos, volvió a asomarse por detrás del puesto, dispuesta
a mantener otro rato de charla con los extranjeros. Su madre, al ver lo
entretenida que se estaba poniendo la conversación, nos invitó a pasar y a
sentarnos con ellas. Y así fue como empezamos a conocer mejor a esta niña de
curiosidad infinita. Sus preguntas saltaban de un tema a otro sin parar. Nos
quedamos allí un buen rato charlando y comiendo los exquisitos tallarines de su
madre, rodeados ya por otros niños que se habían arrimado al ver que los
extranjeros entendían mandarín.
Cuando terminamos de comer, ya nos habíamos quedado prendados de aquella
niña con ojos llenos de luz que nos contaba tantas cosas sobre su pueblo,
que escuchaba nuestras palabras con una madurez envidiable, y que hacía
reflexiones dignas de un anciano sabio.
Y fue entonces cuando nos invitó a pasar la tarde con ella por el
pueblo. Es más, insistió en que nos quedásemos más tiempo allí, que podíamos
pasar más tiempo con ellas, que podía enseñárnoslo todo. Y entonces, de forma totalmente inesperada, iniciamos con ella un intenso debate sobre nuestro plan de viaje. Nos repitió una y otra
vez que ese era el mejor sitio en el que podíamos estar y que, además, en
unos días habría un festival muy especial. Todos nuestros planes eran para ella mil veces peores que el de quedarnos allí. ¿Para qué ir a otros sitios estando ya en un lugar tan bonito? Hablaba con tanto amor sobre su
pueblo, razonándolo todo con tanta inocencia y madurez al mismo tiempo, que
nosotros, que ya cargábamos con nuestras mochilas en la espalda listos para ir
hacia otro lugar, acabamos convencidos de que ese era el único sitio donde debíamos estar. Sin pensárnoslo más, cambiamos nuestros planes.
Así, lo que iban a ser un par de días en aquel pueblecito, se convirtió en una semana entera. Disfrutamos de cada
rincón acompañados por la niña y su séquito de amigos, recorriendo cada callejuela con los mejores guías que podíamos tener.
Cada día, desayunábamos unas esponjosas tortitas y leche de vaca con sabor a leche de vaca que preparaba una señora anciana de lengua ininteligible. Nos alimentábamos a base de tallarines fríos, brochetas de pollo, patatas sazonadas, ciruelas impregnadas en miel y liangfen (una pasta muy consistente hecha de almidón). Y por las tarde, merendábamos deliciosos yogures naturales o zumos de frutas de todos los sabores.
Cada día, desayunábamos unas esponjosas tortitas y leche de vaca con sabor a leche de vaca que preparaba una señora anciana de lengua ininteligible. Nos alimentábamos a base de tallarines fríos, brochetas de pollo, patatas sazonadas, ciruelas impregnadas en miel y liangfen (una pasta muy consistente hecha de almidón). Y por las tarde, merendábamos deliciosos yogures naturales o zumos de frutas de todos los sabores.
La niña nos enseñó y nos contó todos los secretos de su pueblo y de las
gentes del lugar. Nos enseñó las flores, los peces, los bichos y la fuente con el agua más rica que había en kilómetros a la redonda (nos costó horrores hacerle entender que nosotros no
debíamos beber agua de allí porque podía sentarnos mal). Nos contó historias
divertidísimas, como la del señor cabrero que estaba tan loco como una cabra. Y
nos presentó a un montón de gente, como la señora que hacía miel, a sus tíos o
a los dueños de un modesto restaurante donde hacían una maravilla de platos y
donde el último día acabaron invitándonos a un té.
Gracias a ella, en una semana conseguimos sentirnos anclados a ese
pueblecito, que la gente nos saludase por la calle, y que nos diera una pena
inmensa tener que marcharnos de allí.
Cuando llegó el día de la inevitable despedida, casi se me escapan unas lagrimitias. ¡No quería marcharme de allí! La niña vino con su madre a decirnos adiós y nos invitaron a que las visitáramos de nuevo al año siguiente. A modo de despedida, me regaló una rosa roja que
había cortado de su jardín. Yo, que no llevaba demasiado encima, solo pude regalarle una pulserita que había comprado semanas antes en Hangzhou. Por supuesto, la rosa se estropeó, pero prensé una de sus hojas en
mi diario de viaje para guardarla de recuerdo.
Intercambiamos nuestras direcciones y datos de contacto, y hasta ahora
hemos continuado intercambiando mensajes y fotos de nuestra vida diaria, para
que tanto ella, como yo, podamos seguir aprendiendo más cosas sobre el mundo.
Se me escapan las lagrimitas tb.. Una niña con puro corazón
ResponderEliminarAida que historia tan bonita..Esa niña seguro que os hizo disfrutar de los pequeños detalles de ese pueblo que sin ella os hubieran pasado totalmente desapercibidos..
ResponderEliminarQue edad tenia la niña?
¡Nos quedó un recuerdo precioso de estos días! Nos íbamos a marchar de allí sin saber que aún nos quedaban mil cosas por disfrutar. Fue una suerte conocerla :) Tenía unos 11 años.
EliminarPues a mi "sin el casi" se me han saltado unas lagrimitas leyendo esta publicación tan tierna y bien relatada.
ResponderEliminarQue historia tan tan bonita....ojalá sigas mucho tiempo en contacto con esta niña...tan maravillosa
ResponderEliminarPues sí, Mamen! Nos quedó un recuerdo tan bonito que me dije: "estoy hay que contarlo en el blog" :) Espero no perder el contacto con ella.
EliminarLinda historia. Gracias por compartirla.
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