El pasado 14 de diciembre
fue un día muy especial para mí. No, no gané ningún premio, ni aprobé ningún
examen; no me eché novio, ni me hicieron una fiesta sorpresa; y tampoco me
encontré un billete de 100 yuan en la calle. Lo que pasó fue que, después de
casi 4 meses fuera de casa, recibí la tan esperada visita de mi hermana.
La mañana del 14 de diciembre me levanté prontito y pillé un taxi para ir a recibirla al aeropuerto. ¡Qué ganitas! La pobre llegó agotada por tantas horas de viaje y a pesar de las ganas que tenía de conocer su país de origen, el jet lag se encargó de robarle la energía el primer día. Así que, aunque me moría de ganas de enseñárselo todo, tuve que controlarme y dejar que descansara un rato en mi habitación.
Tras una siestecita, agarramos nuestras cámaras y nos dirigimos hacia
Canqian, un barrio cercano a mi campus donde, paseando por sus calles, se puede
aprender mucho sobre el estilo de vida de China.
Allí enseñé a mi hermana los locales donde solía comer los fines de
semana con mis amigos, el mercado donde hacía la compra, las calles por las que
me perdía sacando fotos en mi tiempo libre, los talleres de artesanos que tanto
abundan en la zona... Creo que fue una buena forma de entrar en contacto con un
país tan diferente como China.
Después de este paseo tuvimos que dar
el día por terminado, porque mi hermana se moría de cansancio y teníamos que
reponer fuerzas para estar bien frescas durante los próximos días.
A la mañana siguiente, con las pilas
totalmente cargadas, nos pusimos en camino hacia el Lago del Oeste. Al ser un
lunes y hacer bastante fresco, los alrededores del lago estaban tranquilos y mi
hermana pudo disfrutar del paseo.
Rodear el lago a pie nos llevó todo el día y poco antes de que comenzara a oscurecer cogimos un autobús para regresar al campus y cenar allí con mis amigos, que estaban deseando conocer a la hermana de la que tanto les había hablado. Todos ellos la acogieron como a una más desde el primer momento, con cariño y amabilidad.
Otra de las visitas que no podían faltar era la de la calle Hefang. Por supuesto, mi hermana no quería marcharse de China sin los correspondientes souvenirs, y qué mejor lugar para encontrarlos que en los puestos y tiendecitas de esta turística calle. También aprovechamos para asomarnos a la farmacia de medicina tradicional que se encuentra a la mitad de esta larga calle.
¿Los demás días? Paseos por la ciudad, tés alrededor del Lago del Oeste,
visitas a templos, e incluso clases
sobre cómo regatear impartidas por una ya profesional en la materia como yo.
Y anécdotas, montones de anécdotas. Gente mirándola raro y preguntando qué le pasaba que no podía usar los palillos para comer; gente acercándose a ella para pedirle en chino que me tradujera algo, cuando la única que sabe chino de las dos soy yo; mucha emoción durante nuestra visita al orfanato en el que pasó los primeros meses de su vida; incluso un pequeño susto cuando perdí mi pasaporte en un tren (con la aventura de recuperarlo incluida).
Durante el fin de semana
nos marchamos con un grupo de amigos a Suzhou, una ciudad bastante cercana a
Hangzhou y con fama de ser tan bonita como esta. Allí pasamos unos días
estupendos, disfrutando de sus jardines, de sus calles, de sus museos, de sus
pagodas, charlando con la gente del lugar y disfrutando de la compañía de
nuestros amigos.
De vuelta a Hangzhou ya solo nos quedaba una cosa por hacer: celebrar laNochebuena, que por primera vez pilló a mi hermana lejos de casa.
Y el día de Navidad, tocó ir al aeropuerto y despedirse. Las
dos pasamos unos días estupendos, llenos de emociones, diversión y
descubrimientos, que hicieron que mi hermana se quedara con ganas de mucho más
y yo me quedara con ganas de más hermana.
Que felices se os ve!!
ResponderEliminarQue bonita experiencia
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